LA VIVENCIA FAMILIAR DE UNA TRAGEDIA
El veinticuatro de diciembre a la medianoche era una tradición familiar disfrutar de toda la luminosidad de la pirotecnia en un ambiente de júbilo y felicidad. En esa oportunidad en medio del estruendo y las voces de alegría como todos los años la familia se congregaba en la acera del frente de la casa del abuelo para que, con un muy amoroso abrazo nos deseáramos la más feliz de las navidades. Como siempre, en los últimos treinta y dos años, el primer abrazo lo hacíamos como pareja de esposos manifestándonos los mejores deseos. Luego procedimos a abrazarnos con nuestros hijos cuando súbitamente mi esposa cayó como abatida por un rayo sin que nadie de los aproximadamente veinte miembros de la familia que nos encontrábamos reunidos tuviera conciencia de que estaba pasando. Luego, después de la gran felicidad que inundaba toda nuestra familia, cayó sobre nosotros toda la oscuridad de la peor de las pesadillas que nos ha tocado vivir. Aún recuerdo, dentro la gran confusión del momento, los desgarradores gritos de nuestra pequeña nieta de dos años de edad confundida por lo que observaba y no se podía explicar.
Somos tres médicos en la familia y estuvimos a la par de ella desde el primer momento. Su mirada estaba perdida y no respondía a estímulos. Al recostarla en el suelo para evaluarla descubrimos que su cabeza tenía una hemorragia abundante. En unos pocos minutos se presentó la ambulancia de los bomberos voluntarios y en menos de cinco minutos estábamos en la emergencia del hospital Roosevelt. Cuando llegamos parte del personal de emergencia se encontraba afuera observando los fuegos pirotécnicos. Mi esposa recobró el conocimiento durante unos pocos segundos, reconoció a mi hijo y se quejó de un gran dolor de cabeza. Fue el último contacto real que tuvimos con ella como persona porque luego cayó en un coma profundo del cual ya no se recuperó. Sólo respiraba porque fue intubada y era auxiliada por una máquina de respiración artificial.
Al efectuarle estudio radiológico se descubrió un proyectil de arma de fuego incrustado en la región retroauricular derecha. Este tipo de lesiones tienen muy mal pronóstico y luego vivimos la necesidad de tomar una muy difícil decisión sobre la intervención quirúrgica para tratar de corregir la lesión en la medida de lo posible. Con intervención o sin intervención el pronóstico era muy malo. A las siete de la mañana, fue llevada a sala de operaciones donde después de tres horas de procedimiento, habiendo experimentado una hemorragia de casi el cincuenta por ciento del total de la sangre de su cuerpo fue llevada a la sala de cuidados intensivos confiando únicamente en un milagro. El milagro no se produjo y catorce horas después del impacto falleció dejando a toda nuestra familia con el más grande de los pesares. Desde ese momento todo nuestro proyecto familiar de pareja se desmoronó y el gran espacio vacío que dejó su partida crece cada día más. Toda la familia se vio en la necesidad de replantearse el futuro.
Han pasado los días, y si bien ya es posible hablar del suceso, la herida sigue abierta y duele como el primer día y en ocasiones sentimos que nunca va a cicatrizar. El futuro aún no esta del todo claro y la desesperanza sigue inundando todo nuestro ser. Las lágrimas fluyen con facilidad cuando la recordamos y lo más difícil es que todos los aspectos de nuestras vidas están extremadamente ligados a su persona. Nunca la vamos a olvidar, pero esperamos que el dolor de su partida llegue un momento en que sea tolerable y nos permita seguir viviendo aún con el terrible espacio vacío que dejó su partida evidentemente prematura. Ahora estamos seguros que su recuerdo será como la luz del faro que iluminará nuestro futuro.
La persona que efectuó el disparo de nuestra tragedia probablemente no tenga la menor idea de la tragedia que provocó en nuestras vidas, de la gran felicidad que truncó en profunda tristeza. Es probable que se encontrara bajo el efecto de alguna sustancia que le alteró el raciocinio y lo hizo cometer este acto tan cruel, despiadado e inútil. Lo verdaderamente triste sería que lo hubiera hecho en su sano juicio y lo peor que lo siguiera haciendo. Todo el que dispare al aire es un homicida en potencia y debiera ser responsable de sus actos. Con ese disparo al aire nadie salió beneficiado, y mi esposa no tuvo la menor posibilidad de defenderse. Estos actos nos sitúan a todos como víctimas potenciales y por lo tanto todos debemos poner todo nuestro esfuerzo para eliminar esta práctica tan inhumana.
Finalizo con un mensaje para cualquier persona que posea un arma de fuego y haya disparado al aire o haya sentido el deseo de hacerlo. Sea responsable de sus actos. Piense que usted mismo o alguien de su familia puede recibir ese impacto no deseado. Piense que con un acto de irresponsabilidad puede cortar una vida productiva, puede sumir a toda una familia en una pesadilla, puede provocar un dolor indescriptible y se convierte en un homicida. No lo haga. Piense positivamente.
Dr. Oscar Sacahuí Pérez
Esposo de Elisa Reyes
23/02/2010 |